«MOD WORLD» (Capítulo 1) by Willybel

Posted in Relatos on abril 23, 2009 by salfzine

Toda la letra es a gritos. Escuchar “Cum on Feel the Noise” en casa cuesta cuatro años de cárcel. Dios, merece la pena correr el riesgo. Con 47 segundos ya es suficiente. Es estúpido arriesgarte a que la cotilla de la señora Cabbot pegue la oreja demasiado y descubra que ese ruido repetitivo no es de un electrodoméstico viejo sino de música prohibida. ¿En qué cadena se emite ahora? Convierto mi cerebro en una casa de apuestas en la cual entran el serio y frio calculador realista y el enérgico y ambicioso surrealista. Presiono los tres botones necesarios del mando. Mi mitad ilusa ha vuelto a perder contra mi mitad realista. A esta hora “Quadrophenia” se retransmite en el quinto canal, no en el dos. Nunca aprenderás, intelecto.

Está bien esto de trabajar solo de mañanas. Tengo toda la tarde libre para mis pensamientos. ¡Ops! ¿Qué haces aquí Quiet Riot? Vuelve a tu lugar dentro del televisor. Cuidado con doblarle una esquina a Zeppelin; no quiero peleas entre hermanos. Recordad: el televisor no tiene seguro, lo reparo yo mismo. Si digo esto cada vez que mire el televisor evitare que por descuido uno de esos gañanes de la Electrodomestic Agency descubran mi caja de Pandora. Son las cinco. Según el ministro de ambiente hace dos horas que podía abrir la ventana. Si hombre. Las fábricas por ley deben cerrar a las dos, por directiva cierran a las dos y media; y por metereologia hasta las cinco no arrastra el viento las humaredas negras. A mi madre le deben pitar los oídos cuando la nube alcanza Dover a las seis. A las nueve le revientan los tímpanos cuando descargan en Francia. Me asomo para contar cuantos restos se resisten al Proyecto Broom. Tres. Seguro que de Buckingham Hall. Solo un suspiro, al alcanzar la altura indicada desaparecen rápidas hacia el sur como flechas. La autopista eólica por excelencia. Otro glorioso hito de la ingeniería británica. Gracias por recordármelo cada vez que miro al cielo y veo pájaros absorbidos por la ininterrumpible corriente. Gracias por recordármelo cada vez que abro la ventana y miro al frente.

Al edificio Britain Glorious. A la “Caja de Cemento” como me gusta llamarle. Seguro que sería un apodo con éxito. Apodar personajes, organizaciones y/o inmuebles públicos son tres años. Seis si el apodo es escuchado en boca de más de tres personas. Siempre hay señoras Cabbot dispuestas a jurarlo. Britain Glorious. Ochenta pisos con sus setecientos ventanales. Ochenta pisos que solo me dan una mísera hora de luz solar en mi cuarto al día. Ochenta pisos decorados en su parte exterior por dos gigantescas ramas de olivo doradas, simbología de la Roma Imperial que alcanzó Escocia “La Vieja”, símbolos de gloria, poder, autoridad, honor. Símbolo de Fred Perry. Ochenta pisos de la sede del Ministerio de Textiles. Ben Sherman no logró que su logo se reprodujera en uno de los edificios más altos de Londres. Logró que su logo sea la bandera nacional (y con gran regocijo para las fuerzas aéreas, todo sea dicho).

Me quedo analizando piso por piso del Glorious aproximadamente treinta minutos. Una media hora. Sopesando y calculando cuanto costara repintar los laureles, unos diez minutos. Fantaseando con la pareja de masas que Miss Harriet, la flacucha pero interesante vecina del piso inferior, me muestra por el escote de la rebeca, cincuenta y cinco minutos, treinta y siete segundos. Habría tenido diez minutos más si en vez de estúpidos cálculos pictóricos hubiera recordado la puntualidad de Miss Harriet. Su intimo y personal five o´clock tea pero con media hora para preparar el tea. La pobrecita trabaja de nueve a cinco en textiles. Es la condena de vivir cerca del trabajo. Tiempo de desplazamientos convertido en mayor productividad. Si algo bueno tiene el Ministerio Laboral es el formulario anual IV-B. “Descuento de horario laboral en relación a la distancia del puesto de trabajo con el hogar”. No me preguntéis sobre el sueldo, por favor.

¿Hora? Me queda poco para las siete. Hora de salir. Hace treinta años nadie se imaginaria una ley que obligue a desalojar tu propio hogar para “ocio y esparcimiento público”. Hoy día son 30 libras de multa quedarte en casita. Ya he gastado 60 este mes por aquel maldito resfriado. No salgo para no tener que pagar la multa (¿Qué digo? Claro que salgo para no pagar la multa). Hoy además me apetece salir. Camisa gris, corbata-guitarra (no es lo que pensáis; tiene estampada una preciosa Gibson-Les Paul caoba). Y el tercer traje: Aun más gris y con rayas negras. Porkpie in the head. Let´s Go! Abro el pomo. Cierro la puerta tras de mí. Escucho la dulce campanita que suena al cerrarse la puerta de mi departamento. Me indica que siempre y cuando no vuelva a abrirse en las próximas tres horas, serán 30 libras igualmente agradables ahorradas en mi cuenta del People´s National Bank II. Silbo un poco de Knopfler. Introduzco un ritmo ska en con los sultanes al pasar delante del apartamento Cabbot. Ha escuchado la campanilla y veo su sombra en la mirilla. No creo que sepa quién fue el bueno de Mark; pero mejor disimular por si las moscas. Entro en el ascensor a tiempo para el riff final. El ritmo ska quedaba bien en la parte con letra. Aquí ya sería demasiado sacrilegio. Un rápido vistazo me alegra la tarde. El bueno y capullo del jovencito Gordon Brans Elliot ha vuelto a rociar de espray negro la cámara. No quiere que el gobierno central del inmueble Twin Hill Street 47º vea como redecora las puertas del ascensor. Este niño necesita unas clases de geometría. Menuda chapuza de escateado. Aprovecho y toco el riff en mi guitarra imaginaria. Mientras el ascensor reduce su velocidad en la primera planta (En la vida hay que sufrir un poco siempre. De la primera planta a la calle no hay ascensor, solo 8 escalones desiguales). Oigo otra campanilla de cierre de puerta. Es normal a esta hora que salga todo el mundo, ¿dije que es por orden de una ley, no? Aunque soy de los últimos en salir del edificio, rozando la multa por un par de minutos. Al abrirse la puerta del elevador veo el vecino, perdón, vecina que sale a su “ocio público”. Miss Harriet. De hoy no pasa. A la tercera va la vencida.

Rebeca amarilla y falda blanca. De hoy no pasa. A la tercera va la vencida. Pelo negro, liso y corto como una cleopatra. De hoy no pasa. A la tercera va la vencida. Bolso mínimo con la diana nacional. Bueno, tendré que hacer excepciones. De hoy no pasa. A la tercera va la vencida.

 Hola, señorita Harriet.- digo con una voz lo más agradable posible. Si, es agradable. Todo lo que digo me suena agradable cuando pienso en acordes de Knopfler.

Oh… ¡hola!- pillada por sorpresa. El león a la gacela. Aunque esta gacela esta raquítica.

 ¿Un paseo?- sonrisa brillante.

Emm…sí, creo. No sé. No tenía nada planeado.- como todos, hija. Como todos.

¿Le importaría que le acompañase?- muy fino.- Yo también he salido sin pensar en nada.- Esa sonrisa en su boca mezcla simpatía y miedo. Bueno, timidez, mejor. La pobre no se atreve a reclamar ni si la estafan en la panadería.

Está bien, señor Leonard.- Hoy va a ser un buen paseo. Más bien el tercer paseo. El primero fue de la panadería a casa. El segundo del portal a su puerta y hoy espero que me dé tiempo a unas vueltas al parque. Salimos a la calle uno al lado del otro. Los cinco metros escasos de los escalones al portal los llevo pensando si salir a la derecha, hacia el parque Lawrence, o hacia la izquierda, a la Avenida Four Queens. La derecha ganaba en mi mente a la izquierda cuando casi me como literalmente la gorra con las iníciales blancas E.A. y el señor con bigote y monóculo que lleva debajo. “¿Señor Leonard?” sale de algún lugar debajo del bigote.

No

“El Televisor no tiene seguro. Lo reparo yo mismo.”

 Ajuste de monóculo. Marca roja en “Sin Seguro / Otros”. Las llamas de mis dedos sobre la rebeca amarilla para proporcionar inercia. Y a la ciudad con una chica mod. ¿Cuándo llegué a esto?

«Broken Promises» by Nura [RELATO]

Posted in Fanfic, Relatos with tags , , , , , , , on abril 15, 2009 by salfzine

Aviso: Esto es una «ficción de fan» (fanfic) o relato ficticio de un fan sobre un relato ya elaborado (videojuego, novela, pelicula, etc.). Los personajes/situaciones/localizaciones que puedan aparecer son aquellas del relato original base. Así que puedes sufrir de inconocimiento del tema a tratar, confusión de la trama o «spoilers» del argumento si no estás relacionado con la obra original. En este caso la base es el videojuego Final Fantasy VII.

—–

A veces pienso que sólo sé romper promesas, que esa es mi mayor habilidad, prometer cosas que jamás podré cumplir… Y por ello me odio a mí mismo…

Llueve, el cielo ruge y el agua cae por su cara mezclándose con la sangre, pero no es su sangre, sino la de aquel que yace a sus pies, muriéndose… y sonríe, como siempre, como si esa sonrisa hubiese nacido para protegerlo de todo lo que en este mundo puede producirle dolor.

El muchacho rubio camina arrastrando la enorme espada tras de sí, no tiene apenas fuerzas, pero no está dispuesto a dejarla caer, esa hoja significa demasiadas cosas para él… sacrificio, amistad, un maestro, un protector… Alguien tan fuerte como él no puede estar muerto, sin embargo… sin embargo, le ha visto irse, apagarse el brillo azul de sus ojos.

A su mente acuden recuerdos borrosos de un viaje lleno de dolor… No puede evitar preguntarse ¿dónde comenzó todo a torcerse? ¿Por qué su héroe se convirtió en tan terrible criatura? ¿Por qué había sido tan débil? No había podido cumplir su promesa de protegerla, era un fracaso como SOLDADO y como hombre… una vergüenza. Pero él no se rindió, no le dejó atrás y arriesgó su vida hasta el final por salvarle… ¿Por qué no podía ser como Zack?

Sus manos aferran con fuerza la empuñadura del espadón, entre la maraña de sus recuerdos un rostro desconocido, la chica de las flores, aquella de la que Zack solía hablar… No conoce o no recuerda su nombre, pero en su corazón nace la determinación de encontrarla, de ayudarla, de protegerla por aquel que ya no puede hacerlo.

―Es una promesa… ―susurra al viento.

El tiempo pasa, las heridas sanan y su mente huye de la vergüenza que siente hacia sí, quiere ser como Zack, un héroe de verdad, fuerte, alguien capaz de cumplir sus promesas. Y sus ojos brillan ahora con la misma intensidad que los de él. Ojos de mako.

Midgar, allí empezará a cumplir su nueva promesa, entrará a la ciudad para un trabajo con un grupo eco terrorista, será un mercenario y tal vez así la encuentre a ella, a la chica de las flores… Pero también encuentra sombras de su pasado, retazos de su inutilidad… Mas ya no es el mismo de antes, no quiere serlo.

Cae a un lugar que le resulta extrañamente familiar, pero sus recuerdo de él no le pertenecen y allí está el rostro sin nombre, la chica de las flores y a quién ha prometido proteger. No le dirá quién es ni que conoció a Zack, simplemente estará allí para ella y su espada no tarda en entrar en acción, la persiguen por un poder que él no comprende, pero no le hace falta comprender para cumplir su palabra.

El destino es caprichoso y se ven envueltos en un viaje que trae escenas de su horrible pasado, pero el héroe que quiere ser le conduce hacia delante… No sabe qué es lo que Aertih ve en él, si reconoce en sus ojos el mako de los ojos de Zack, si de alguna manera se lo recuerda; a veces le da la sensación de que es así, pero ella no dice nada y le trata con amabilidad, parece entender los recovecos más oscuros de su corazón. Empieza a entender porque Zack quería a aquella mujer y empieza a sentir cosas que preferiría no sentir.

Shinra, sus desmanes no son nada comparados con el regreso del héroe caído y el miedo y la duda que esto le provocan, pero debe luchar, debe compensar lo ocurrido en el pasado, debe cumplir su promesa… Sin embargo, Sephiroth le ata con una cadena muy corta… La vergüenza vuelve y con ella los sentimientos desgarradores… Y aunque no dicen nada, puede verlo en los ojos de sus compañeros, siente que les ha traicionado. Quiere ser un héroe como él, pero empieza a pensar que nunca podrá serlo… Inútil.

Y otra vez una promesa que no puede cumplir… y otra vez el dolor terrible de ver morir a alguien importante para él. No lo entiende, porque ¿cómo va a entenderlo? Todo era paz, ella rezando, hermosa… y de repente la sombra cae, una espada que atraviesa su frágil cuerpo y él no puede moverse, es incapaz de apartar los ojos de ellos, víctima y verdugo… Otra vez no puede hacer nada salvo verla irse…

Liviano… el cuerpo que lleva en los brazos apenas pesa, aunque aún guarda algo de ese calor que poco a poco había dejado que envolviese su corazón… Una tumba de agua en el hogar de su niñez… Silencio entre los árboles blancos… Y lágrimas que se derraman desde unos apagados ojos azules. Su alma grita, su corazón se rompe y la culpa lo alcanza porque de nuevo ha roto su promesa, de nuevo ha vuelto a fallar, a él, a ella y a sí mismo…

―¿Por qué he de seguir viviendo yo, el que más merece estar muerto…?

Y en lo profundo de su corazón una llama fría empieza a arder entre el dolor y la rabia y junto a ella una determinación.

Si no puedo proteger a los que quiero, entonces lucharé para matar a los que odio. No es una promesa, es un hecho. Seguiré adelante, no olvidaré tu sonrisa y mi espada, la espada de Zack, acabará con la vida de aquel que se llevó la tuya.

«Vengaza Fría» by Nura [RELATO]

Posted in Relatos with tags , , , , on abril 15, 2009 by salfzine

– Escuchad todos, gentes de bien, mi lay y veréis que la venganza sólo puede ser tan fría como el hielo que escarcha los campos en invierno.

El bardo toma su lira y sus ágiles dedos entretejen una bella y triste melodía.

– Así cuentan las viejas leyendas de las altas tierras del norte, donde el bosque se extiende hasta las montañas, que en tiempos antiguos aconteció lo que ahora os voy a contar – Entona con suave y dulce voz y la sala enmudece cuando comienza la historia.

«Alta la luna brilla en el cielo, luna de plata azul, fría y distante asiste indiferente, cual mudo testigo, a la sangrienta masacre que se perpetra bajo su luz resplandeciente. Oscuro y asfixiante humo asciende hacia el cielo, lentamente barrido por un ligero viento. El fuego arde con voracidad desatada y rápidamente se extiende de una a otra casa. Ya no se oyen los gritos desesperados de la gente, todos yacen muertos o moribundos a lo largo de las calles en llamas; regueros de roja sangre se escurren por el suelo.

Sólo un niño de corta edad, quizás seis años, observa en acongojado silencio el horrible paisaje de pesadilla que se extiende ante él; yace oculto bajo el cuerpo sin vida de su padre, quién en un último esfuerzo agónico trató de salvar la vida del pequeño. La tibia sangre empapa su espalda y el peso oprime su frágil pecho, pero no se atreve a moverse y mira fijamente a aquellos que han acabado con la vida de toda la aldea y entre los sangrientos soldados al hombre de rojos cabellos; él mismo que traspasó con su espada de brillos carmesíes el cuerpo de su padre, él mismo que violó a su madre ante sus inocentes ojos. Y siente por primera vez arder la ira en su interior, una cólera que nace en lo más profundo de su corazón y se extiende hasta colmar su, hasta ahora, espíritu inocente.

– Como segar un campo de trigo – dice el pelirrojo y sus carcajadas atronan hirientes los oídos del niño.

Ya no puede soportarlo más, la sangre bulle en sus venas y un velo rojo cubre sus grandes y hermosos ojos grises. Con gran esfuerzo sale de debajo del cadáver de su padre y, cogiendo un cuchillo a unos palmos de su mano, se levanta. Un ciego odio guía su propósito y sus pasos.

Los soldados de negras capas aun no le han visto y un espíritu vengador parece poseerle; rápido como un gato salta sobre el pelirrojo y antes de que éste pueda quitárselo de encima, abre un terrible tajo en su cara. Pero finalmente una enorme mano le coge de los cabellos y con fuerza atroz lo tira contra el suelo embarrado de sangre, se golpea la cabeza con violencia y cae inconsciente o muerto, poco importa ya.

– ¡Maldita rata! – ruge el pelirrojo, mientras con una mano trata de tapar la herida que atraviesa su cara desde la frente hasta la mejilla derecha – ¡Vámonos! – grita a sus hombres, mientras monta en su enorme caballo de guerra, y abandonan la aldea a las llamas y los carroñeros.

Todo es oscuridad, no hay nada más. No quiere despertar a la pesadilla que sabe encontrará al abrir los ojos. Algo húmedo y suave roza su mejilla, dirige allí su mano y siente el frío atravesar su piel. Curioso, abandona el olvido en el que se había refugiado y se enfrenta a la carnicería que le rodea. Mira en torno, ha comenzado a nevar, quizás un par de centímetros cubren ya el suelo y los cadáveres desperdigados por la tierra. Las primeras luces del amanecer iluminan un cielo de pálidas nubes. El fuego ha dejado de arder.

Se levanta, la cabeza le duele terriblemente y se palpa con cuidado el profundo corte sobre su ceja izquierda; la zona dolorida está pegajosa, pero no sangra ya. Las lágrimas le escuecen en los ojos al ver a su familia muerta y su hogar destruido y siente arder de nuevo la ira en su interior. Con firme determinación, sin escuchar al miedo, coge el cuchillo ensangrentado y echa a caminar en la misma dirección por la que los soldados se fueron, en su mente y corazón sólo un pensamiento: vengar la muerte de los suyos, su pena y su dolor.

El día avanza, sigue nevando y sus cortos pasos de niño le han llevado al interior del bosque, el frío intenso hace temblar todo su cuerpo, pues ni la más fina capa cubre sus hombros, sus ropas están hechas jirones en varios sitios y sus húmedas botas no calientan sus pies helados. Las fuerzas comienzan a abandonarle y sólo el ímpetu de su vengativo deseo le mantiene en pie.

El bosque invernal observa el tenaz esfuerzo del pequeño. Cada paso es una agonía, pero él sigue adelante, siempre adelante, aunque la nieve se agarre con fuerza a sus tobillos. Sin embargo, todo cuerpo tiene un límite; el niño tropieza, cae y ya no tiene fuerza para volver a levantarse, tan sólo para girarse y mirar la nieve caer sobre él. No quiere morir, no sin antes vengar a sus padres, pero no puede ponerse en pie, siente como sus últimas fuerzas le abandonan y el frío adormece su cuerpo; el invierno reclama una nueva vida. Su mano se crispa sobre el cuchillo; no es justo, piensa antes de quedar inconsciente.

La nieve va cubriendo su cuerpo cual blanco sudario, su corazón late débil y todavía en lo más profundo de su mente centellea el deseo de venganza; un deseo que clama en sus venas y hace vibrar la conciencia del bosque. Un enorme lobo blanco se acerca al niño y lanza un profundo aullido, que resuena entre los árboles, parece que pidiera piedad por aquél que yace a sus píes. Y en algún lugar de leyenda olvidado su ruego es escuchado y los Señores del Frío Invierno se apiadan por fin del pequeño moribundo y con susurros helados le llaman por su nombre.

– Riven, Riven, Riven…

Y en su gélida inconsciencia el niño contesta.

– ¿Ya estoy muerto?

– Todavía no. ¿Quieres vivir, Riven?

– Sí.

– ¿Por qué?

– Para vengar la muerte de mis padres.

– ¿Esa es la única razón?

– Sí.

– Vivirás, Riven, serás un ser del frío y el invierno y a cambio velarás por las criaturas de este bosque. Tu corazón será de hielo y por tus venas correrá fría sangre, pues así son los seres cuyo único deseo es la venganza. ¿Aceptarás una vida así? No volverás a sentir el calor del amor ni cualquier otro sentimiento humano.

– Acepto.

– Sea.

Y así es que un viejo ermitaño del bosque encuentra el cuerpo medio enterrado del niño, se acerca, sin temer al enorme lobo blanco, que lo observa en silencio con sus ojos ambarinos, y coge en brazos el pequeño cuerpo. Se sorprende al sentir el débil latido del corazón bajo la palma de su mano y al ver sus cabellos, pues de castaños han pasado a ser blancos como la nieve, con hebras azuladas en la sienes.
El ermitaño lo lleva a su choza en lo profundo de la floresta, siempre seguido del lobo blanco. Allí cura sus heridas, pero no es capaz de calentarle el cuerpo, que está frío como la nieve.

Una mañana, el pequeño despierta, sus ojos de plata fría miran confundidos a su alrededor, hasta dar con el ermitaño, que le explica dónde se encuentra y por qué. El pequeño asiente y retira las mantas, que nunca más le harán falta, le cuenta al ermitaño todo lo ocurrido, pues no ha olvidado ni su propósito ni que goza de una nueva vida.

– Los Señores del Frío Invierno han sido bondadosos, pero quizás llegue el día en que te arrepientas de tu elección.

– Tal vez, tal vez no – contesta con una voz y un gesto que se han vuelto duros y fríos como el hielo.

Riven se quedó a vivir con el ermitaño, que le alimentó y vistió. Durante el largo invierno, Riven estaba mucho tiempo ausente, recorriendo el bosque en compañía del gran lobo blanco, descubriendo los poderes de su nueva condición y ni el frío más intenso hacía mella en él, que vestía ropa ligera: una túnica sin mangas y un pantalón blancos y unas botas de caña baja. Pero cuando la primavera y el verano llegaban, se escondía en la choza del ermitaño o en alguna cueva de las montañas cercanas, pues sentía que el calor ahogaba su espíritu. Y jamás olvidó su venganza, preparando su cuerpo y su mente para el día en que su camino se cruzara con el del hombre pelirrojo.

Llega así otro invierno al bosque, el duodécimo desde que Riven corre veloz entre los árboles y la nieve, cumpliendo el cometido encomendado por los Señores del Frío Invierno. Y hace ya varios años que son pocos los cazadores que se atreven a internarse en la floresta invernal; corren rumores y extrañas historias sobre un joven de cabellos de nieve que persigue y ataca a los cazadores que osan poner un pie en las umbrías naves del bosque. Los lugareños le han bautizado como «Corazón de hielo», pues los que han logrado sobrevivir a su encuentro, dicen que a sus ojos de plata cristalizada jamás asoma las más mínima piedad.

El día amanece despejado, límpido cielo azur sobre los desnudos árboles y los frondosos y fragantes pinos. Riven sale de la choza del ermitaño, que murió unos años atrás, preparado para pasar varios días recorriendo el bosque, el lobo blanco va con él, a veces piensa que el animal ha de ser inmortal. Juntos echan a correr sobre la nieve, pronto lo que le rodea no es más que un informe borrón oscuro y blanco, su paso no afloja ni siquiera cuando la vegetación crece más junta y prieta.
Hoy sigue un rastro reciente, gotas de sangre fresca tiñen la blancura pura de la nieve y las huellas indican el paso torpe de un ciervo herido. Riven acelera hasta ver un claro frente a él, entonces comienza a frenar, sus movimientos se vuelven leves y sigilosos, ni el más sutil sonido produce al aproximarse. Prepara su arco de tejo y de su mano surge una flecha de liviano y mortal hielo, la encaja en el arco y se acerca al límite del claro. Oye voces de hombres y la de una joven mujer. El lobo le sigue de cerca, igual de silencioso.
A penas unos pasos le separan del claro, cuando a sus oídos llega una fuerte risa; sus ojos se abren por la sorpresa y el odio, jamás ha olvidado esas carcajadas, que durante años han resonado en sus más negros sueños y recuerdos. Una sonrisa sesgada se dibuja en sus finos labios, siente que la hora de la venganza está cerca.
Oculto entre las sombras, se asoma al claro entre los árboles, el arco dispuesto. Y allí ve, entre seis hombres de negras capas, a uno alto y pelirrojo, una oscura cicatriz cruza su cara desde la frente a la mejilla derecha. Los años no han sido severos con él y parece conservar la fuerza y la destreza de su juventud. Junto a sus hombres y una muchacha de cabellos cobrizos se jacta, lanza en mano, de haber dado muerte al macho ciervo.
La fría sangre de Riven bulle en sus venas, la ira de años de espera recorre su cuerpo, el odio brilla en sus ojos helados. Sube el arco, la flecha apunta al corazón del asesino de sus padres. Mas en el último momento, la muchacha se cruza en la trayectoria del tiro fatal y Riven maldice entre dientes, bajando el arma, pero el destino le guarda una sorpresa.

– Sois un gran cazador, padre – dice la muchacha, abrazando al pelirrojo.

– Jajaja, sí, pequeña. La cabeza de éste adornará la gran chimenea del castillo.

Una cruel idea asoma a la mente de Riven y cambia su objetivo, no matará al pelirrojo hoy, le hará sufrir, tanto como él había sufrido tras perder su inocencia. El joven vuelve a tensar el arco y suelta la flecha, que veloz e imparable se clava profundamente en la pierna de la muchacha, quién cae al suelo gritando de dolor.

Los hombres desenvainan sus espadas alerta y el pelirrojo se arrodilla junto a su hija, el rostro lívido.

– Urde ve a buscar los caballos, ¡rápido! – ordena.

Pero Riven ya está preparado y hace estallar sobre el claro una enceguecedora ventisca. Los dardos de nieve helada laceran los rostros de los hombres, que intentan protegerse con sus capas.

– ¡Es «Corazón de hielo»! – grita uno de ellos por encima del rugido del viento.

– Habéis mancillado el suelo del bosque con la sangre de un inocente ciervo – dice Riven con su cortante y gélida voz, mientras camina hacia el claro. Sus níveos cabellos ondean como blanco estandarte y la ventisca parece no rozarlo – Me llevaré a la mujer a cambio de la vida que habéis arrebatado por mera diversión.

– ¡Nooo! – grita el pelirrojo, que con gran esfuerzo se planta ante el cuerpo de su hija y apresta su espada. En vano trata de resguardar sus ojos de los hirientes dardos de hielo.
Pero Riven no se detiene y con una mano roza la hoja de su enemigo, ésta se hiela, como si de agua fuera, ante los ojos sorprendidos del hombre, que la arroja al suelo antes que el hielo alcance sus manos.

– Os lo suplico, dejad a mi hija, no volveremos a entrar en el bosque – ruega el pelirrojo, su rostro ya no parece tan fiero.

– ¿Cómo perdonasteis vos la vida de todos los que habéis matado? – una fría sonrisa remata su pregunta – Mostraré vuestra misma piedad.
Y ante la atónita y confusa mirada del pelirrojo, toca sus piernas, que inmoviliza en el acto con su glacial tacto. Se agacha y coge en sus brazos a la ya desmayada muchacha.

– Por favor…

– Sufrid como yo sufrí – dice perdiéndose entre los árboles del bosque.

– ¡Nooo! ¡Os mataré, maldita rata! ¡Os juro que os arrancaré el corazón de hielo!

– Ya lo hicisteis una vez.

Riven abandona el claro y la ventisca se vuelve más violenta, atrapando a los hombres y apagando sus voces. Lleva a la muchacha a una de las cuevas al pie de las montañas. Tarda dos días en llegar allí y ella sigue inconsciente. La tiende en el suelo, enciende un fuego y con cuidado extrae la fría saeta y restaña la profunda herida. Horas más tarde ella despierta, el miedo y el desconcierto brillan en sus verdes ojos.

– ¿Dónde estoy? ¿Quién sois? – pregunta en un hilo de voz a la pálida figura que tiene ante ella.

– Lo primero no importa. Soy un ser del frío y el invierno.

– ¿Por qué… por qué me habéis traído aquí?

– Para cumplir mi venganza.

– ¡Pero yo no os he hecho nada! Ni siquiera os conozco – dice con voz angustiada.

Riven sonríe glacial y acaricia la sedosa cabeza del lobo.

– ¿Cómo te llamas? – le pregunta.

– Da… Darie, hija del Conde Gorlain de Cavendor.

– Ah, así que ese es su nombre, Gorlain… Un nombre demasiado noble para alguien tan sucio e indigno como él.

– ¿Qué decís? Mi padre es un gran hombre, muy respetado por el rey. Es un hombre de honor.

– Tu padre es un perro, Darie, y estás aquí pare hacerle sufrir. Sí, ganó su honor matando aldeanos indefensos y violando a sus mujeres delante de sus hijos. Pagará con dolor y sangre todo el mal que ha hecho.

– ¡Mentís!

– Yo no miento jamás.

Su fría y segura voz calla a la muchacha, que esconde su cara entre las rodillas dobladas, su cuerpo tiembla por el llanto, pero a Riven hace tiempo que las lágrimas no le conmueven.

Los días se van uno tras otro, Riven abandona la cueva de vez en cuando, para dejar rastros falsos de la muchacha; un trozo de tela desgarrada, un mechón de cabello… Controla a los hombres que la buscan, con el conde Gorlain a la cabeza, y se recrea en el sufrimiento desesperado de éste cada vez que encuentran algo de su hija. Y Riven les confunde y demora con violentas tormentas de nieve, logrando que algunos hombres abandonen, pero Gorlain no se rinde y a gritos llama una y otra vez a su hija, mientras el gélido viento le trae ahogados lamentos creados por Riven. El joven paladea su venganza y sabe que en algún lugar sus padres le observan sonrientes.

De vuelta en la cueva, encuentra a Darie acurrucada junto al fuego, hace días que dejó de llorar e insultarlo. El lobo hace guardia frente a ella.

– ¿Cuándo acabará todo esto? ¿Cuándo me vas a matar? – le pregunta con voz apagada.

– Cuando tu padre haya sufrido lo suficiente y decida darle muerte. No es tu vida la que deseo arrebatar.

– ¿A caso no conoces el perdón? Lo que les ocurrió a tus padres sucedió hace muchos años, durante una guerra, son… son cosas que pasan. Mi padre era otro hombre.

La cólera relampaguea en la plata de sus ojos y Darie tiembla ante su ira.

– Eso no es excusa, mis padres no eran soldados, no empuñaban armas y para los perros rabiosos como tu padre y sus hombres no fueron más que un divertimento entre batalla y batalla. No hay perdón para monstruos como ellos.

– ¿Y no haces tu lo mismo?

– Yo sólo me llevo su vida para hacer justicia.

– Pero le matarás delante de mi – su voz cargada de amargo dolor.

– Podrás vengar su muerte después, si lo deseas, pues mi razón de vivir habrá terminado.

– Eso es muy triste… – suspira.

– Hace años que no soy feliz – no transciende ningún sentimiento, pues sólo uno mueve su fría vida.

La primavera se acerca, Riven lo siente en su cuerpo y sabe que ha de terminar con todo aquello, antes que los caldeados días apaguen sus fuerzas y adormezcan su espíritu.
Una mañana deja a Darie atada semidesnuda y amordazada en la cueva y vuelve al bosque a buscar a Gorlain, quién demacrado y envejecido, como si hubieran pasado diez años, es el único que todavía sigue buscando a su hija. Le encuentra no muy lejos y le llama con voz clara, una voz que atrae al frío y hace que el hombre se arrebuje en su capa.

– ¡Conde de Cavendor! ¿Queréis ver lo que queda de vuestra hija? Seguidme – Y sin esperar respuesta, echa a correr hacia la cueva, sabe que el pelirrojo Gorlain le sigue como enloquecido.

Una vez en la cueva se esconde entre las sombras del fondo, el fuego ilumina el cuerpo de Darie. El lobo, sobre un saliente cercano, parece observar la escena como un espectador.
Gorlain entra en la cueva como una tromba, sus ojos se abren sorprendidos y fieros ante la visión de su hija, cae de rodillas y un profundo sollozo hace temblar su pecho.

– Hija mía, ¿qué te ha hecho ese demonio?

– Su honor ha sido mancillado, Gorlain de Cavendor, y en su vientre crece el fruto del invierno – dice Riven mordaz e hiriente.
Darie trata de negar las falsas palabras de su captor, pero la prieta moradaza se lo impide. Mira a su padre impotente.

– ¡Rata, sal a la luz donde te vea, para degollar tu cuello! ¡¿Cómo te has atrevido a tocar ni tan siquiera uno sólo de sus cabellos?!
El dolor y la rabia son patentes en el rostro marcado de Gorlain.

– Sólo hago justicia – dice Riven – ¿O habéis olvidado que vos mismo fuisteis un violador y asesino desalmado? ¿Es que los fantasmas de quiénes habéis matado no se os aparecen en sueños? Yo veo vuestra cara cortada noche tras noche.

El pelirrojo está confundido, pero ya hace ademán de acercarse a su hija, mas Riven sale a la mortecina luz de la hoguera, en su mano brilla una espada de cristal de hielo azul, su mirada es sombría.

– ¿Recordáis ya, Gorlain de Cavendor, al niño que os hizo esa cicatriz?

El hombre se detiene y se lleva la mano a la cara, acariciando la vieja herida, parece turbado y en sus ojos Riven atisba el miedo al espíritu de la venganza.

– Sí, soy yo, aquél al que le arrebatasteis todo, para solo dejarle una vida desgraciada. Ahora morirás sabiéndote deshonrado.
Riven levanta la espada y se lanza contra Gorlain, quién a su vez desenvaina. Las hojas se encuentran con resonante entrechocar, mas ni una mella se hace en la espada helada. Una y otra vez hielo y metal bruñido se encuentran; los ataques de Riven son demoledores, impulsados por la fuerza del dolor y la rabia contenidos durante años, y les acompaña un frío glacial, que poco a poco va paralizando a su enemigo, hasta el punto de que Gorlain sólo puede detener débilmente las mortales estocadas. Ruido de metal al quebrarse resuena en las paredes de la cueva, Gorlain queda a merced de Riven. El pelirrojo cae de rodillas una vez más y suplica desesperado por su vida.

– Conocerás tu propia piedad y cuando mi hijo nazca, derramaré la sangre de tu hija – le espeta Riven, que vuelve a sentir arder la sangre en sus venas, una sensación largos años perdida.

Enarbola su espada, Gorlain cierra los ojos para no ver llegar la muerte, tras él Riven cree ver a sus padres que le sonríen, él les devuelve el gesto y traspasa con su hoja el pecho y la espalda de Gorlain. Darie suelta un gritó ahogado por la mordaza, su cuerpo tiembla incontrolable y las lágrimas ruedan por sus mejillas. Riven retira la espada chorreante de sangre y el cuerpo sin vida de Gorlain cae sobre el suelo de piedra.

Riven tira la espada, que se rompe en mil pedazos, y con esfuerzo, pues siente que un calor abrumador invade su cuerpo, dejándole sin fuerzas, corta las ataduras de Darie, que lo empuja a un lado y corre hacia el caído.

– No, no, no, no… padre, padre, ¡padre! – grita y vuelve su cuerpo para estrecharlo entre sus brazos, no hay paz en el rostro de Gorlain.
Riven se tumba en el suelo, se siente muy cansado, mira al lobo, que parece preguntarle con sus ambarino ojos si ya está.

– Sí, todo ha terminado ya – levanta una mano y la observa – La sangre fluye otra vez caliente por mis venas… Aaaah – un cálido y último aliento se escapa entre sus labios y sus ojos de plata velada se cierran para no volver abrirse.

El lobo aúlla solemnemente y el viento, que se ha levantado de repente, parece traer unas frías palabras.

– ‘Descansa Riven, ser del frío y el invierno, muera ahora como hombre mortal, tu venganza y único deseo están cumplidos.'»

Las cristalinas notas van muriendo en la lira y el bardo termina su triste canción, dos lágrimas brillan en su franco rostro. La sala está sumida en el silencio, el bardo toma su jarra y la alza.

– A la salud de Riven; honremos a aquellos que vengan la muerte de sus padres con justo castigo.

– ¡A su salud! – rugen las voces en la posada y la puerta se abre con brusquedad, empujada por el frío viento invernal, el bardo sonríe y apura su jarra.

Bienvenidos a Salfzine

Posted in Uncategorized with tags on diciembre 10, 2008 by salfzine

Bueno, parece que en SALF ya tenemos Fanzine (en realidad lo tenemos desde hace una semana, pero era información clasificada).

Aquí colgaremos chorradas varias de temáticas aleatorias. Espero que sepamos hacer que merezca la pena y que os guste (y a lo mejor, a veces, hasta os ilustre). A ver si no se queda en un mero intento.
Un saludo.

Penguin Boy.